Romanos
8:9-11 y el Espíritu de Dios
Recientemente
me puse a leer diversos comentarios a carta a los Romanos, de ellos, destaco
uno en particular An Intertextual Commentary on Romans, Volume 2, Romans
5:1—8:39, de Channing L. Crisler (2021). El comentario en general es muy
recomendable (por supuesto está en inglés), sobresale su exposición sobre 8:9-11 donde se centra en el tema
del Espíritu, destacando el uso de la intertextualidad en el análisis como dice
el mismo título del libro, les comparto la sección relacionada de su comentario, aunque algo extenso para
lo que acostumbramos en este blog:
Ahora
dirigimos nuestra atención a Rom 8:9–11, donde Pablo asegura a los romanos que
ellos están “en el Espíritu” (ἐν πνεύματι) y no “en la carne” (ἐν σαρκί).673 El describe brevemente la vida en el
Espíritu en el presente y la vida resucitada por medio del Espíritu en el
futuro. La explicación de Pablo evoca el AT de diversas maneras.
En Rom 8:9,
al usar de manera intercambiable las expresiones “Espíritu de Dios” (πνεῦμα θεοῦ) y “Espíritu de Cristo” (πνεῦμα Χριστοῦ), Pablo aplica al Mesías una
descripción veterotestamentaria del Dios de Israel. Escribe: “Pero ustedes no
están en la carne, sino en el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios (πνεῦμα θεοῦ) habita en ustedes. Pero si alguien
no tiene (ἔχει) el Espíritu de Cristo (πνεῦμα Χριστοῦ), no es de él”.674
La expresión
πνεῦμα θεοῦ
aparece trece veces en la LXX, y πνεῦμα κυρίου aparece veintitrés veces.675
El relato de la creación incluye una referencia al “Espíritu de Dios” (πνεῦμα θεοῦ) sobre las aguas primordiales (Gén
1:2). Las apariciones posteriores describen al Espíritu de Dios como estando
“en” o “sobre” individuos. Por ejemplo, al describir a José, el faraón
pregunta: “¿Hallaremos a otro hombre como este, que tenga (ἔχει) el Espíritu de Dios en él (πνεῦμα θεοῦ ἐν αὐτῷ)?” (Gén 41:38).676
Además, Dios
“llena” (ἐμπίμπλημι) con un espíritu divino a
quienes participan en el diseño y construcción del tabernáculo: “Lo he llenado
de un espíritu divino (πνεῦμα θεῖον),
de sabiduría, inteligencia y conocimiento en toda clase de obras” (Éx 31:3).677
El Espíritu de Dios viene sobre, o está en, quienes profetizan, como en el caso
de Balaam: “Y Balaam alzó sus ojos y vio a Israel acampado según sus tribus, y
el Espíritu de Dios estaba en él (πνεῦμα θεοῦ
ἐν αὐτῷ)” (Núm 24:2).678
El Espíritu
de Dios también capacita a personas en la batalla, como se observa con
frecuencia en Jueces: “Y el Espíritu de Dios/del Señor (πνεῦμα θεοῦ/πνεῦμα
κυρίου) fortaleció a Gedeón” (Juec 6:34).679 En medio de su sufrimiento, Job
reconoce: “El espíritu de Dios (πνεῦμα θεῖον)
permanece en mis narices” (Job 27:3), lo cual es claramente un eco de Gén 2:7:
“Entonces Dios formó al hombre del polvo de la tierra y sopló en su rostro
aliento de vida (πνοὴν ζωῆς),
y el hombre llegó a ser un ser viviente”.680
De manera
semejante, la visión de Ezequiel sobre los huesos secos subraya el papel del
Espíritu de Dios en dar vida a los muertos: “Y sabrán que yo soy el Señor
cuando abra sus sepulcros para hacer salir a mi pueblo de los sepulcros. Y
pondré mi Espíritu (τὸ πνεῦμα
μου) en ustedes, y vivirán (ζήσεσθε), y los estableceré en su tierra; y sabrán
que yo, el Señor, he hablado y lo haré” (Ez 37:13–14).681 Otros usos de τὸ πνεῦμα μου en Ezequiel incluyen la promesa
de que Dios pondrá su Espíritu dentro de su pueblo para que le obedezcan:
“Pondré mi Espíritu (τὸ πνεῦμα
μου) en ustedes, y haré que anden en mis estatutos y guarden y cumplan mis
decretos” (Ez 36:27).682
Finalmente,
en Isaías, el Espíritu de Dios unge a su Mesías: “El Espíritu del Señor (πνεῦμα κυρίου) está sobre mí, porque me ha ungido (ἔχρισέν με); me ha enviado a anunciar buenas noticias a
los pobres, a sanar a los quebrantados de corazón, a proclamar liberación a los
cautivos y vista a los ciegos” (Isa 61:1).683
En resumen,
hasta este punto, el título divino τὸ πνεῦμα
θεοῦ, junto con sus variaciones como τὸ πνεῦμα κυρίου y τὸ πνεῦμα μου, aparece en contextos donde los
autores enfatizan las siguientes acciones divinas:
(1) obra creadora y sustentadora de la vida (Gén 1:2; Job 27:3);
(2) provisión de sabiduría a agentes humanos encargados de su obra (Éx 31:3);
(3) fortalecimiento de líderes en la batalla (Juec 6:34);
(4) habilitación para obedecer sus mandamientos (Ez 36:27);
(5) unción de su Mesías (Isa 61:1);
(6) resurrección de los muertos (Ez 37:13–14).
Algunas de
estas acciones divinas asociadas con τὸ πνεῦμα
θεοῦ iluminan Rom 8:9–11. En particular,
destacan la obediencia, la vida con Dios y la resurrección por medio del
Espíritu de Dios. El contexto más amplio del argumento de Pablo indica una
preocupación por la obediencia de quienes están “en el Espíritu” y no “en la
carne”. Sin embargo, no se trata de una obediencia desligada de la persona y la
obra de Cristo. Como se señaló antes, Dios envió a su Hijo para cumplir la
justa exigencia de la Ley mosaica, según la cual el transgresor debía morir y
el obediente debía vivir (Rom 8:4). Por tanto, estar “en el Espíritu” significa
participar de la experiencia y de los beneficios de la obediencia de Cristo.
Esto forma parte de lo que implica tener (ἔχει) el Espíritu de Dios, o el
Espíritu de Cristo (Rom 8:9).
El título πνεῦμα Χριστοῦ refuerza el punto de que quienes
están “en el Espíritu” participan de la experiencia y del beneficio de la
obediencia de Cristo. La experiencia incluye sufrir con Cristo, y el beneficio
incluye participar de su resurrección.684
En Rom 8:10,
Pablo resume claramente el estado presente de quienes tienen el Espíritu de
Cristo en Roma: “Pero si Cristo está en ustedes, el cuerpo está muerto a causa
del pecado, pero el Espíritu es vida a causa de la justicia”. ¿Qué quiere decir
Pablo al describir el cuerpo (σῶμα) como “muerto” (νεκρόν) a causa del
pecado?685 La respuesta se encuentra en su vívida descripción del pecado y la
muerte a lo largo de Rom 5:12–7:25.686 El pecado y la muerte son poderes
estrechamente relacionados que entraron en el mundo y en los cuerpos humanos
por la transgresión de Adán. Ni siquiera quienes están en Cristo, o en el
Espíritu, escapan a los efectos fatales de estos poderes activos desde el
jardín.
Aunque
quienes fueron bautizados en la muerte de Cristo no deben permanecer en el
pecado y deben considerarse muertos al pecado, no se sigue de ello que estén
completamente aislados de los efectos nocivos presentes del pecado y de la
muerte. Como recuerda el “yo” que se lamenta en Rom 7, una guerra interna
continúa, y el pecado sigue matando al cuerpo.687 El apódosis de “si Cristo
está en ustedes” (εἰ δὲ
Χριστὸς ἐν
ὑμῖν) no es “entonces el pecado no tendrá
efectos dañinos en ustedes”, sino “el cuerpo está muerto a causa del pecado”.
Como señala Seifrid: “En el mundo presente, nuestras tumbas darán testimonio de
nuestra persistente impiedad —de hecho, allí estaremos propiamente sin Dios—:
‘el cuerpo está muerto a causa del pecado’ (Rom 8:10a)”.688
Sin embargo,
el apódosis de Pablo también incluye: “pero el Espíritu es vida a causa de la
justicia”. De este modo, Pablo yuxtapone:
(1) cuerpo y Espíritu (σῶμα / πνεῦμα);
(2) muerte y vida (νεκρόν / ζωή);
(3) pecado y justicia (ἁμαρτία / δικαιοσύνη).
El poder del
pecado mata al cuerpo; no obstante, la presencia del Espíritu proporciona vida
interior y la esperanza de la vida resucitada. Esta vida por la presencia del
Espíritu es “a causa de la justicia” (διὰ δικαιοσύνην), es decir, la justicia
de Cristo. El referente de δικαιοσύνη en Rom 8:10 debe entenderse en relación
tanto con la vida de justicia descrita en Rom 6:12–23 como con el veredicto
justo de Dios que se imputa sobre la base de la fe en el evangelio. No me
refiero aquí a un “metaconcepto” de la justificación que combine el don del
veredicto justo y el poder para vivir justamente de modo que uno se vuelva
nuevo.689 Más bien, el veredicto justo trae consigo el don del Espíritu, a
quien Pablo describe como “vida” (ζωή) (Rom 8:10).
El Espíritu
es “vida” no solo en contraste con un cuerpo muerto a causa del pecado. Como
mostrará el contexto más amplio, el Espíritu es vida en el sentido de que el
creyente vive con Cristo en su sufrimiento y, finalmente, en su resurrección de
entre los muertos.690
Romanos
8:9–11 y el eco de Ezequiel 37
Pablo subraya
este último aspecto de la vida en el v. 11, el cual hace eco de Ez 37:1–14.
Explica: “Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos
habita en ustedes, el que resucitó a Cristo de entre los muertos también dará
vida a sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu que habita en ustedes”.691
Como se
señaló anteriormente, una de las acciones divinas asociadas con el πνεῦμα τοῦ θεοῦ
en la LXX es la resurrección de los muertos, tal como se describe en la visión
de Ezequiel. El contexto más amplio de la visión proporciona un trasfondo
vívido para la afirmación de Pablo de que el Espíritu resucitará a los romanos
de entre los muertos. La visión comienza con la pregunta de Dios a Ezequiel:
“¿Vivirán estos huesos?” (Ez 37:3). Luego Dios instruye a Ezequiel a profetizar
sobre los huesos: “He aquí, haré venir sobre ustedes el aliento de vida (πνεῦμα ζωῆς); pondré sobre ustedes tendones (νεῦρα), haré crecer carne (σάρκας) sobre ustedes, los
cubriré de piel (δέρμα) y pondré mi Espíritu (πνεῦμα
μου) en ustedes, y vivirán (ζήσεσθε); y sabrán que yo soy el Señor” (Ez
37:5–6).
Una vez que
Ezequiel profetiza, ve que los huesos se juntan con tendones, carne y piel (Ez
37:7–8). Sin embargo, observa que “no había aliento (πνεῦμα) en ellos (ἐν αὐτοῖς)” (Ez 37:8). Entonces Dios le ordena profetizar “al
aliento” (ἐπὶ τὸ
πνεῦμα): “Ven de los cuatro vientos y
sopla sobre estos muertos (εἰς τοὺς
νεκροὺς τούτους) para que vivan
(ζησάστωσαν)” (Ez 37:9). Después de que Ezequiel profetiza estas palabras, “el
aliento (πνεῦμα) entró en ellos, y vivieron, y se
pusieron en pie, un ejército muy grande” (Ez 37:10).692
El Señor le
informa luego a Ezequiel que los huesos representan “la casa de Israel”, que
había perdido la esperanza y decía: “Nuestros huesos se secaron, pereció
nuestra esperanza, estamos completamente destruidos” (Ez 37:11). Por esta
razón, Ezequiel debe profetizar una vez más: “Así dice el Señor: He aquí,
abriré sus sepulcros y los haré salir de sus sepulcros, pueblo mío, y los
llevaré a la tierra de Israel. Y sabrán que yo soy el Señor cuando abra sus
sepulcros y los saque de ellos. Pondré mi Espíritu en ustedes (τὸ πνεῦμα μου εἰς
ὑμᾶς), y vivirán (ζήσεσθε), y los
estableceré en su tierra; y sabrán que yo, el Señor, he hablado y lo cumpliré”
(Ez 37:12–14).
Este texto
fuente supera varias pruebas intertextuales en relación con Rom 8:9–11. El
volumen es moderado, basado en la superposición semántica entre πνεῦμα μου / πνεῦμα θεοῦ,
ζάω / ζωή y νεκρός. También existe consistencia contextual, ya que tanto el texto
fuente como el texto conciben una resurrección corporal, es decir, material,
por medio del don del Espíritu de Dios. El texto fuente se refiere a huesos,
tendones, piel y carne, lo cual el texto resume como los “cuerpos mortales” de
los romanos (τὰ θνητὰ
σώματα ὑμῶν).
Por supuesto,
como se discutirá más adelante, Pablo reconfigura el texto fuente de Ezequiel
—que concebía la vida postexílica de Israel en términos de resurrección y nueva
creación—.693 Para Pablo, el Espíritu ya habita en los romanos antes de su
resurrección corporal, el Espíritu ya resucitó a Cristo de entre los muertos, y
la resurrección de la “casa de Israel” incluirá tanto a judíos como a gentiles.
Dentro de la
historia de la interpretación, Wolter observa que la descripción paulina de la
resurrección en el v. 11 se sitúa “en aquella tradición judía” que es tangible
por primera vez en Ez 37:1–14 y luego reflejada en escritos posteriores del
período del Segundo Templo.694 Hultgren señala que Rom 8:11 es “en cierto modo
comparable conceptualmente con la visión de Ez 37:1–14, en la que el Espíritu
(o aliento) del Señor infunde vida a los huesos secos y los hace vivir”.695
También es digno de mención que cuando Pablo afirma que el Espíritu “dará vida” (ζῳοποιήσει) a los cuerpos mortales, hace eco de una expresión similar del Sal 70 LXX. Después de que el salmista pide protección y liberación de sus enemigos (Sal 70:13 LXX), hay un giro hacia declaraciones de confianza y alabanza (Sal 70:14–24 LXX). Como parte de estas, el salmista afirma con confianza: “Cuántas angustias y calamidades me hiciste ver, pero volviéndote me diste vida (ἐζωοποίησάς με), y me hiciste subir otra vez de los abismos de la tierra (ἐκ τῶν ἀβύσσων τῆς γῆς)” (Sal 70:20 LXX). El uso de ζωοποιέω y la expresión ἐκ τῶν ἀβύσσων τῆς γῆς corresponden al uso paulino del verbo en Rom 8:11 y a ἐκ νεκρῶν.696
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