NUEVO LIBRO DE PAULA FREDRIKSEN SOBRE HISTORIA DEL CRISTIANISMO
Este año 2024, una de mis expertas favoritas en el campo de
cristianismo primitivo, Paula Fredriksen publicó un nuevo libro titulado Ancient
Christianities The First Five Hundred Years. Una de las particularidades de
este libro es un mayor enfoque desde el punto de vista histórico, y, como dice
el título, este abarca el cristianismo hasta los primeros 500 años. Este es un
libro muy recomendado, personalmente pude aprender muchas cosas nuevas
que desconocía y en genera lo disfruté mucho. Algo que particularmente
encuentro muy útil es que explora a profundidad sucesos posteriores al sínodo o
concilio de nicea, los cuales normalmente no se suele tocar en muchos otros
libros de historia del cristianismo, que cuando se hace, suele hacerse de
manera superficial. Como es de esperarse, el libro está en inglés, desconozco si
hay planes de ser traducido al español. Como curiosidad, me enteré hace poco
que la editorial sígueme, había traducido a nuestro idioma uno de sus
anteriores libros con el título Pablo el Judío, Apóstol de los paganos,
el cual, también recomiendo, por si desean adquirirlo.
A continuación, presentaré algunos párrafos como una muestra
para abrir el apetito, los cuales traduje a nuestro idioma, y nuevamente,
este es un libro que debería estar en tu biblioteca si te interesa la historia
del cristianismo primitivo.
“Juan,
en contraste, inicia su relato con un elaborado prólogo teológico: Cristo es el
Logos de Dios. Él toma carne. (Juan no explica cómo: no incluye una narrativa
de nacimiento). Desciende al reino inferior y luego asciende nuevamente, hacia
el Padre. En inglés, el prólogo dice: “Y el Logos era Dios”. Nuevamente, la
puntuación y las mayúsculas, ambas convenciones modernas, pueden distorsionar
el griego. Traducido de forma literal y algo tosca, el texto de Juan dice: “En
el principio era el Logos, y el Logos estaba con el Dios, y el Logos era dios”.
Para afirmar —lo cual era incoherente según los cánones del pensamiento
antiguo— que el Logos era la misma entidad que el dios supremo, el artículo
debería repetirse antes del segundo theos, “dios”. Así, “el Dios era el Logos”.
El prólogo reclama una alta divinidad para el Logos, el Hijo de Dios,
Jesucristo, el único que ha visto al Padre. (Cómo alguien ve al Dios invisible
es otra cuestión que ocupará a los teólogos). El Logos de Juan preexiste a su
encarnación. Aún subordinado, entonces, aunque altamente divino; de hecho, al
igual que en Filón, el Logos de Juan es el ser más divino después de Dios
mismo.”
“Las
comunidades cristianas que Constantino eligió patrocinar se caracterizaban
especialmente por una fuerte organización institucional, que imitaba la
estructura provincial romana. Estaban encabezadas por un obispo monárquico, un
"supervisor" con un nombramiento de por vida. Los orígenes y la
evolución de este cargo eclesiástico, así como las maneras en que se desarrolló
hasta convertirse en una posición distintiva de la iglesia, son poco claros: a
finales del siglo I y principios del II, profetas, maestros errantes,
intelectuales carismáticos (como Orígenes en el siglo III) y obradores de
milagros ejercían autoridad junto con "presidentes" o líderes
locales, como obispos y presbíteros. Pero hacia mediados del siglo III, los
obispos (varones) emergen en la cúspide de jerarquías estables (y asalariadas)
de presbíteros, diáconos, lectores y exorcistas. A veces, la elevación al cargo
dependía de conexiones familiares: hijos de obispos se convertían en obispos
ellos mismos. En otras ocasiones, el obispo era elegido por aclamación: la
congregación expresaba su elección en voz alta, lo que podía llevar a
divisiones entre los candidatos favoritos. A veces los presbíteros elegían a un
obispo de entre ellos mismos, aunque el candidato era ordenado —infundido con
el espíritu santo— por otros obispos.”
“Finalmente,
y de manera más controvertida, Juliano decretó que los cristianos ya no podrían
servir como maestros. El currículo de las escuelas —de gramática, de retórica,
de filosofía— siempre había estado lleno de dioses, y así había permanecido
desde los días en que Alejandro Magno lo exportó ampliamente. Por esta razón,
el ideológicamente riguroso Tertuliano había instado a los maestros cristianos,
un siglo y medio antes de Juliano, a renunciar a sus puestos (Sobre la
idolatría, 10). ¿Qué tenía que ver un cristiano con los dioses paganos?
Juliano se hizo la misma pregunta y llegó a la misma respuesta. Los judíos
helenísticos y, más tarde, los cristianos educados habían marcado una
separación entre la religiosidad pagana y la cultura académica pagana,
apropiándose de esta última para sus propios fines. Juliano insistió en cerrar
esa brecha. Su edicto efectivamente eliminó el fundamento de la educación
cristiana, enfureciendo a los intelectuales cristianos formados en la tradición
clásica, quienes reclamaban la paideia para sí mismos.
Finalmente, la labor de los Padres Capadocios —Basilio de Cesarea, su hermano Gregorio de Nisa y su amigo Gregorio Nacianceno— apaciguó parte de la agitación al argumentar que la Trinidad representaba tres hipóstasis en una sola ousia. El Hijo era “engendrado” por el Padre; el Espíritu “procede” del Padre. La tradición litúrgica —el bautismo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo— apoyaba discretamente su formulación. Esto satisfizo a algunos, pero no a todos. La alta teología continuaba navegando entre la Escila del sabelianismo y la Caribdis del triteísmo. El lenguaje bíblico no podía cumplir con las ambiciones de la teología romana tardía: los teólogos estaban limitados por los términos establecidos por la filosofía.”